Este texto presentado en el evento “UPM2: el tren de la globalización”, Casa de Filosofía, Montevideo, 22 de septiembre de 2018. Casa de Filosofía forma parte del colectivo Uruguay sin UPM2 que se moviliza en Uruguay contra la instalación de una 3a. fábrica de pasta de celulosa (la primera tuvo lugar en 2005). El autor de este texto, Ricardo Viscardi, es miembro de CRITICOM y también lo publicó en su blog Contragobernar.
en homenaje a Paul Virilio
Hace pocos días Víctor Bachetta recordaba un episodio que me pareció en su momento muy significativo: la denuncia de intento de soborno presentada por un ambientalista de Gualeguaychú contra el representante de la empresa Botnia (ahora UPM) en el Uruguay. El acusado adujo, en su defensa, que Botnia desarrollaba una estrategia de persuasión pública generalizada1. ¿Por qué una empresa multinacional implementaría una estrategia mediática cuando supuestamente la justificaba la propia racionalidad económica global? Otro episodio que me pareció adoptar el mismo signo fue el documental que elaboraron los estudiantes de la escuela de cine del Centro Cultural Dodecá, también destinado al conflicto desatado por Botnia. Uno podía suponer que el documental incluiría, en el marco de aquel conflicto, la significación del emprendimiento como tal, en su perspectiva empresarial y productiva. Sin embargo tras algunas cifras y algunas imágenes de plantas de producción, la parte del león del relato se la llevó las entrevistas a protagonistas del contexto local.
La pregunta entonces es: ¿por qué la racionalidad económica, que se esgrime como fundamento del proceso de globalización, aparece sin embargo en un plano secundario y derivado sobre el terreno propio a los conflictos de globalización?
Quizás se puede homenajear a Paul Virilio, a pocos días de su fallecimiento, recordando que a su amplia cosecha de neologismos también pertenece la invención de “globalitarismo”.2 La asociación con “totalitarismo” se impone por analogía fonética, aunque no se sostiene en la percepción inmediata del término “globalización”, pero menos aún, forma parte del habla. Virilio pergeña el neologismo para dejar en claro su planteo sobre la globalización, pero “globalitarismo” no proviene de un uso o mudanza, ni siquiera de una moda. Por lo tanto si “globalitarismo” ha llegado hasta nosotros, el término debe su existencia a alguien (Virilio en este caso) que abusa retóricamente del lenguaje para hacerse entender.
Todo sucede como si “globalización” dijera bien lo que quiere decir y no necesitara de ningún “ismo” que lo vincule a un sistema de ideas. Esta prescindencia respecto a cualquier ideología, concepción o visión del mundo, quizás se deba a que “globalización” puede entenderse como una “objetividad pura”, o sea, como la propia marcha del mundo, que además, puede emitirse desde el espacio extraterrestre, para que veamos cómodamente instalados ante la pantalla, no sólo como está el mundo, sino además como luce el globo terráqueo visto desde la estratósfera.
También puede suponerse que la globalización no admite ningún “ismo” porque su condición global encierra el “ismo de los ismos”, o sea, es el sistema de ideas de todos los sistemas de ideas, ya que todos por igual se encontrarían, desde este punto de vista, incluidos en un desarrollo global. Esta acepción nos llevaría muy cerca de un “Fin de la Historia”, o sea, se elimina todo batallar por ideas, ya que todas las ideas cristalizan en un mismo sistema ideo-eco-nómico.
Quizás esas dos posibilidades se complementen rigurosamente, ya que un desarrollo global de las ideas terminaría por producir una objetividad pura: la totalización del sentido de la realidad. En este punto nos encontramos de nuevo con Virilio: el globalitarismo no sólo se asemeja, sino que ante todo perfecciona el totalitarismo, perspectiva que nos resulta de difícil aceptación, justamente porque la globalización se presenta ajena a todo ismo: es la marcha del mundo en su globalidad, incluso visto desde el espacio, pero mirado en la pantalla del hogar, como globo terráqueo estratosférico.
Cuando percibo en la pantalla el globo terráqueo, percibo algo que me comprende globalmente, estoy mirando donde estoy. Esa autocomprensión es por lo tanto correlativa a un sistema de ideas que las incluyera a todas: no existe más afuera, margen o “ismo” que se vinculara a algo diferente de sí. El “ismo” de "globalitarismo" es innecesario, ante todo por la eliminación de un “punto de vista”: en cuanto el todo se divisa a sí mismo, la globalización no lo exige.
Sin embargo esta aparente simplificación del problema en su globalidad, presenta una dificultad: elimina todo sentido. Una vez más recurro, como cortada en el camino de la expresión, o si se quiere, coartada del sentido, a la fórmula que Roberto Igarza plantea para las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información: “La mediatización del sentido y la mediación de las interacciones”.3
Se entiende que si el sentido está “mediatizado”, está encerrado en un medio que lo diferencia de todo otro medio. O sea, retornamos por la vía de la tecnología a la acepción de “mediatización” en el siglo XVIII: “excluir a alguien del medio social”.4 Es decir, en cuanto “mediatizado”, el sentido está encarcelado. Tampoco puede considerarse más libertario el segundo tramo de la frase, ya que “la mediación de las interacciones” quiere decir en buen sociologismo, que el vínculo de interacción entre dos o más esta “mediado”, es decir, coartado , por un “tercero interventor”.
El papel de la comunicación entre lo global y lo local es por lo tanto capital, ya que el sentido se encuentra sometido a cierta “libertad vigilada”, que limita su circulación, pero por otro lado, tampoco se priva de intervenir en la escena pública, entrometiéndose entre los particulares.
1Viscardi, R. (2006) Celulosa que me hiciste guapo, Lapsus, Montevideo, p.58.
2Virilio, P. (1998) La bombe informatique, Galilée, Paris, p. 21, p. 159.
3Igarza, R. (2008) Nuevos Medios, La Crujía, Buenos Aires, p. 135.
4“Mediatizar”, RAE, recuperado de: http://dle.rae.es/?id=OkQt2fg