Texto de Ricardo Viscardi. Publicado originalmente en su blog Contragobernar.

Verdades obscenas y mentiras de patas cortas: el después puede ser peor

Invitado por mi estimado colega Carlos Ruiz, participé en septiembre de 2015 del “Seminario internacional sobre educación pública y privatización”, organizado por la Universidad de Chile. En calidad de expositor uruguayo, me tocó integrar el panel de apertura del evento. Compartía la mesa con dos colegas, que a su vez provenían del Brasil y la Argentina. La intervención norteña destacó los avances que había significado, para la educación brasileña, el acceso al gobierno del Partido de los Trabajadores, primero en dos períodos de Lula, luego con Dilma Roussef. Aunque las actas del evento no se han publicado, recuerdo de memoria viva que esa colega subrayó los beneficiosos efectos educativos que había significado la “bolsa familia”, distribuida entre los sectores más desfavorecidos. Asimismo puso de relieve la transformación en el acceso a las universidades públicas brasileñas, según una discriminación positiva que beneficiaba a los afrodescendientes.

Por mi lado los ribetes de la exposición fueron muy diferentes. Destaqué como, pese a la significativa participación de la educación pública en el conjunto de los niveles de enseñanza del país, con predominio incuestionable en el plano de la investigación superior, sin olvidar la sinergia con un sector de empresas públicas que generan cerca del 20% del PBI; los sucesivos gobiernos del Frente Amplio se habían afanado en privatizar la educación pública, dando la espalda a las tradiciones laicas y republicanas del Uruguay. Traje a colación las “creaciones institucionales”, desde la “UTEC” hasta el programa “One Laptop per Child” de Nicholas Negroponte -sigilosamente rebautizado por prurito patrio “Plan Ceibal”; en cuanto ponían fondos públicos y misiones educativas en manos de empresas, políticos profesionales y universidades privadas, de forma que se configuraba un proceso de privatización tan solapado como perverso.1

Mi insensibilidad a los climas de los auditorios debe ser mayúscula, ya que imbuido de una verdad tan aplastante en el plano crítico como escrupulosamente exhibida en cifras, proyección mediante, sólo me percaté de cierto desajuste entre mis propósitos y la recepción del nutrido auditorio cuando una colega argentina intervino, desde el público, para aclarar lo que hasta entonces me parecía diáfano. Puedo recordar sus palabras, en términos aproximados, como sigue: “Quizás podamos entender lo que el colega uruguayo dice, si tenemos en cuenta que el presidente Tabaré Vázquez acaba de decretar la esencialidad de servicio público para Magisterio, por la cual se obliga a las maestras en huelga a trabajar bajo amenaza de severas sanciones”. Caí entonces en la cuenta de que mis colegas latinoamericanos allí presentes, salvo algunos solidarizados rostros trasandinos, quizás no habían recibido con el mayor agrado mi denuncia de la privatización de la educación pública, que con talante de promoción progresista, cundía en el Uruguay.

Configura una verdad obscena que compensaciones relativas, por más justas que puntualmente resulten, puedan modificar el destino público, cuando se dispensan bajo la misma estrategia, desde los mismos lugares y con los mismos medios que han generado esa desigualdad. Configura una mentira de patas cortas que propiciar consignas empresariales, que nunca han favorecido la igualdad social, pueda reconocerse como una opción en beneficio de las mayorías. Las verdades obscenas y las mentiras de patas cortas de los “progresismos” pueden llevar a los peores “regresismos”, hoy en Brasil, mañana en el Uruguay.

No llores por mí, Modernidad

El espanto que causa Bolsonaro por sus declaraciones, como ayer Trump o aún antes Le Pen, proviene de la reiteración histórica, con efecto al presente, de una total ausencia de reciprocidad entre el ideal de emancipación popular y la fidelidad pública a ese designio fatal del Progreso. Ese desajuste que ya sacudió la confianza en la racionalidad representativa de las instituciones durante la primera mitad del siglo pasado, dejando una estela de horror bélico con decenas de millones de víctimas, vuelve a repetirse ahora, pero ya no por la vía del asalto putchista a la legalidad o del pogrom antisemita, sino por un delicado y sereno ensobrado de papeleta con destino a la urna electoral. Aparece la musa del sufragio universal violando a vista y paciencia de todos, donde menos se pensaba, las mejores intenciones humanistas. Ante el escándalo moral que cunde (incluso más allá del sentimiento democrático) cuando se vota por el suplicio de los valores republicanos, se registran en el Uruguay reacciones que pueden ordenarse en tres grupos:

a) estamos de nuevo ante la “bestia fascista”.2 La irracionalidad nitzscheana del capitalismo se abate contra los avances históricos del movimiento popular y usa todos los ardides del poder (sólo alcanzamos el gobierno y todo el poder siempre nos fue ajeno) para desencadenar la violencia contra “la izquierda” (que todo sabemos que y/o quien es, antes incluso de querer pensar algo al respecto). Ahora la bestia nazi-fascista se abate por cascadas de whatsapps programados, en modalidad “fake news”, por el capital monopólico internacional.3

Este Megarelato de fuerte inspiración estalinista y significativo arraigo vernáculo, ha encontrado en Bolsonaro un cuco aún más eficaz que “Un solo Uruguay”, o incluso un anatema más contagioso que el repertorio de repudiables atesorado con finalidades “políticamente correctas” (para alivio de más de un demonio conjurado, que ya se veía arder entre las llamas de la hoguera pre-electoral). Mientras salpica de un poco de “antipolítica” y de post-verdad la inverosimilitud del pogrom fascista vía whatsapp (sin dejar de fomentar, a través del Plan Ceibal, la base mediática en la que hace presa la misma “bestia fascista” que se denuncia), esta lectura post-stalinista no deja de mirar de reojo las urnas que espera llenar de miedo dentro de un año. Sería bueno saber, en tiempos de cocción programático-electoral, si la liquidación de la publicidad oficial en los medios de comunicación, o la prohibición, por ejemplo, de los espacios que financia la publicidad de la promitente-inversora UPM en distintos medios (incluso a través de campañas de “responsabilidad social” en el interior del país), se sumarán a la criminalización de la manipulación vía whatsapp y al espantapájaros “antipolítica y post-verdad”.

b) la tradicional mesnada electoralista espera que el viento derechista se arremoline en el Uruguay de la misma forma que en el Brasil y la Argentina. Tras haber hecho fácil presa del “candidato-probeta”4 inventado por la flojera intelectual del mujiquismo (no fue el primero, habrá que ver si será el último), percibe sin embargo que también le tocará pagar la factura mediática “corrupción”, una vez que suene la bocina electoral. De ahí que haya un apronte contra la “anti-política”,5 sobre todo en cuanto “Un solo Uruguay”, del que se esperaba la afiliación a pie-juntillas, declaró de arranque su independencia de toda estructura partidaria. Mientras tanto la promoción de votantes del desengaño retoma sotto-voce todos los temas de Bolsonaro confiando, con total carencia de lucidez, en que las mismas recetas evangelistas contra la violencia y la disolución de las costumbres cundirán asimismo en el Uruguay.

c) la crítica que proviene de los sectores que se aprestan a formular una alternativa al aparato frenteamplista, desde la coalición misma, o incluso desde un campo no necesariamente partidario, hace hincapié en los incumplimientos programáticos, o incluso, en la agresión globalista que supone la promoción de una racionalidad neoliberal y las consiguientes políticas de compensación social, destinadas a paliar el despojo. Se entiende que la postergación económica, la promoción de derechos irrelevantes para las mayorías, o incluso la carencia de apelación a los activos tradicionales de la transformación política, son avizorados por una base social desplazada como otras tantas concesiones a la misma dominación que se prometía combatir. Desde esta perspectiva, se plantea que el giro hacia la derecha de los electorados de los países vecinos, así como el mismo sesgo que se percibe en la opinión pública uruguaya, corresponden a un sentimiento de abandono, que cunde junto con la creciente desigualdad social y tiende a manifestarse como desafección electoral hacia los progresismos latinoamericanos.

Estas tres lecturas comparten, pese a muy diferentes sesgos estratégicos, el supuesto de una organicidad efectiva que vincularía, entre sí, las instituciones públicas de la democracia representativa con la evolución del par costumbres/principios (el habitus) en la población. Convendría recordar lo que dijera Foucault con fina ironía: aparte del poder, sólo existe el contrapoder, que se le opone.6 En una sociedad pautada por la tecnología, donde la condición supérstite del Soberano ha periclitado definitivamente, el poder tiende a hacerse tan ubicuo como los expertos y la población se la toma cada tanto (cuatro o cinco años) con algún monigote que dice ser gobierno. ¿No se advirtió con que rapidez declinan en todo el mundo, pocas semanas después de una elección, los índices de popularidad? Bolsonaro no será una excepción, Mujila o Lujica tampoco lo serían.

Meu Deus de direita

En el mismo año electoral en que se preveía una holgada victoria de Lula en caso de ser candidato, su antónimo ideológico gana las elecciones con la misma holgura que se vaticinaba para el primero. Esto quiere decir que un porcentaje muy significativo del electorado, según algunos alrededor de un 15%, podría haber votado por cualquiera de los polos entre los que se sitúa el espectro político brasileño.7 Si a ello le sumamos la abstención de un 21% del cuerpo electoral, llegamos a alrededor de un 40% de corrimiento imprevisible, al que hay que sumarle el 7% de voto anulado. Cerca de la mitad del electorado brasileño se ubica fuera del espectro ideológico del contexto político, lo que quiere decir que el sistema de partidos es inexistente como tal, en cuanto no cumple su función primordial, a saber, la orientación ideológica de la población. Sin duda ese espectro partidario del Brasil no es trasladable a muchos otros contextos, pero sí es comparable ese grado de labilidad ideológica con relación a otros países.

Por esa misma falencia democrática en la que podría abundarse analíticamente,8 Brasil muestra hoy al mundo el mejor ejemplo de la decadencia de la representación institucional (más allá sobre todo, de la función particular de la democracia representativa). Si se compara la versatilidad camaleónica de las afiliaciones ideológicas norteñas, incluso en relación a un contexto de baja densidad ideológica como los EEUU, se advertirá la diferencia con el “voto vergonzante a Trump”. Mientras de su propia confesión las encuestas fallaron en los EEUU porque, entre los muchos desencantados, eran legión los desocupados que no osaban declarar que votaban al íncubo republicano, en Brasil las encuestadores no toparon contra pruritos ideológicos que falsaran los datos recogidos. Convendría recordar que en Francia el centro-derecha y la izquierda se unieron en su momento ante la amenaza que representaba Le Pen: exactamente lo contrario de lo que acaba de ocurrir en Brasil, donde la macro-miríada de partidos que compone el parlamento apostó simplemente al que se perfilaba claro ganador.

En cuanto el sistema político incorpora al conjunto de las instituciones públicas, colocándolas bajo instrucción ideológica partidaria, el Brasil padece una configuración política fallida. Esta falencia democrática es histórica y se pone de relieve tanto en el vertiginoso y masivo pasaje de los políticos profesionales de un partido a otro, como en el altísimo grado de corrupción institucional, o en los estamentos confesionales dentro de los partidos. Esta inestabilidad democrática explica el prestigio que adquieren instituciones de relativa consistencia corporativa, como las Fuerzas Armadas y las distintas iglesias, a las que convendría agregar algunas empresas mediáticas. Por encima de estos escasos pero sólidos pilares pervive el Estado Federativo, heredero de la tradición imperial.

Los imperios no son, por fuerza de su índole, democráticos. Brasil pudo conservar una unidad que el resto de América Latina perdió, a costa de sacrificar la democracia en el altar de la soberanía imperial. Toda soberanía se funda en el precepto teológico de un principio único e indivisible, en el que Derrida vio la doble faz consecutiva de la bestia y el soberano.9 Cuando por detrás de la Soberanía protectora que hoy reclama el pueblo brasileño, asome la inevitable ferocidad de la bestia, cundirá desde el llano el recurso al contragobierno.

Notas

1. Viscardi, R. (2018). La Universidad de la República (Uruguay) ¿Un ente testigo de la evolución universitaria?. Revista Electrónica de Educación y Pedagogía, 2 (2) 26-37. Recuperado de https://www.aacademica.org/ricardo.g.viscardi/12.pdf
2. “Miranda sobre Brasil: no se trata de la derecha, es el fascismo que se instala al lado” El Observador (28/10/18) https://www.elobservador.com.uy/nota/miranda-sobre-brasil-es-el-fascismo-el-que-se-instala-al-lado--20181027204430
3. Fornaro, M. “La campaña sucia de Bolsonaro”. Recuperado de https://www.facebook.com/100012887768741/videos/560011931105061/
4. Ver en este blog “Raúl Sendic en el nombre del padre: el grado cero del candidato-probeta” https://ricardoviscardi.blogspot.com/2017/09/raulsendic-en-el-nombre-del-padre-el.html
5. “Jornadas de formación del IBO: “A la antipolítica le decimos: más política”, dijo Peña” La Diaria (29/10/18) https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/10/jornadas-de-formacion-del-ibo-a-la-antipolitica-le-decimos-mas-politica-dijo-pena/
6. “Las confesiones de Michel Foucault” (reportaje de Roger-Pol Droit trauducido por J. Palma), en Taciturno. Recuperado de: http://www.taciturno.be/IMG/pdf/entrevista_foucault.pdf
7. Lula aparecía en las primeras encuestas con un 40% del electorado, ver Calvo, J. “Bolsonaro y la perplejidad” La Diaria, (17/10/18) https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/10/bolsonaro-y-la-perplejidad/
8. Piketty, Th. “Brésil: la Première République menacée » Le Monde (16/10/18) http://piketty.blog.lemonde.fr/2018/10/16/bresil-la-1ere-republique-menacee/
9. Derrida, J. (2010) Seminario La bestia y el soberano, Manantial, Buenos Aires.